21 mayo 2009

CRUZ DE MAYO
O
“Hablando con la madre”
Por
LAUTARO CONDELL


Hace algunos días al encontrarme con un antiguo amigo decidimos entrar en uno de esos bares de otro tiempo, de esos que se instauran en el valle para calmar la sed del aconcagüino. En eso estábamos, regándonos por dentro en cierto sucucho, cuando al mirar por la ventana nos dimos cuenta de la seca estación que de par en par cruzábamos en nuestra patria y que además nos había llevado a afirmar nuestras existencias en los vasos. Las gotas del agua del cielo se nos niegan, pensamos con mi compaña, algo sucede, el otoño no se decide a brindar con nosotros con sus copas de agua y humedad en la tierra, barrial necesario en la rueda infinita de la vida en el planeta. Está más que claro, concluimos, como si las nubes nos hubiesen cortado el suministro.
La conversación se enfriaba de pura sed que se nos vino a la lengua, entonces de la mesa del lado la voz de un parroquiano nos cooperó con su comentario, diciendo que sólo nos salvaríamos de la sequía si en el valle alguien celebraba como corresponde la fiesta de la Cruz de Mayo, porque el ritual arcaico se necesita para entablar comunicación con la naturaleza y pedirle, con el más humilde de los gestos, un poco de agua y vida. Dependíamos de eso decía la voz vecina, y de lo que la madre nos dedicara luego de que los cantores y los bailes chinos se encargaran de la petición durante toda una noche de sacrificio en que se demuestra la sabiduría alcanzada en siglos de diálogo con la madre, ancestral conversación del hombre y su refugio cósmico.
Comprendimos de inmediato. La petición, el ritual impostergable, se debe realizar para convocar las fuerzas y repetir el movimiento del cosmos, como un espejo que estimula las piezas gigantescas del engranaje que nos mantiene vivos. El problema surge al saber que ya muy pocos se preocupan de estos asuntos, primordiales prácticas que mantienen mágicamente al mundo dando vueltas. En cambio, la muchedumbre se preocupa de otros innumerables sucesos, mínimos e innecesarios, si los comparamos con la responsabilidad de darle un poco más de cuerda al reloj de la tierra. Cada vez es más difícil encontrar en el valle esta antigua celebración, como también difícil es hallar personas que reconozcan el sentido profundo de estos rituales propios de nuestra calidad de hijos de la tierra. Es necesario adentrarse y subir hasta las remotas faldas de la cordillera para vislumbrar esas pequeñas huellas del tiempo antiguo, que sí mantenía correspondencia con la naturaleza. Paradójicamente, hoy que todos se comunican con todos, hoy que cualquiera anda con su comunicador portátil, nadie se pregunta por estos diálogos de vida o muerte que a nuestros padres y abuelos hacían vibrar. Será que ya no hay tiempo, que el mundo gira tan enajenado que ni nos acordamos de la madre, será que el ritual es otro o simplemente el mundo se cansa y quiere dejar de rodar o que ya no sabemos cual es la palabra que debemos decirle a la madre, será que olvidamos el idioma de la devoción.
La noticia remeció nuestras bocas sedientas así que decidimos dejar la cantina, un poco más viejos, claro está. En la esquina leemos en el titular de un diario, que las autoridades piensan bombardear las nubes con aviones y aparatos raros, según dicen es la única forma de obtener la lluvia del cielo.
Nos devolvemos al mesón etílico, invadidos nuevamente por la sed, como anticipando el monólogo humano incomprensible, soñando con volver a los tiempos de la cruz de Mayo y el diálogo eterno con la madre tierra.