15 octubre 2014

GABRIELA EN EL PAIDAHUÉN

Gabriela Mistral terminaba con sus escritos y labores del Liceo de Niñas de Los Andes y se asomaba al río. Todas las noches observaba desde su ventana, cómo el torrente del sagrado  danzaba y culebreaba en medio del valle. Había preguntado por el cerro, sabía que tenía “piedras marcadas” por los indios y su parte india la llamaba hacia la tierra. Se preguntaba si esas marcas serían tan impresionantes como las de Vicuña en su valle.
Se internó en el patio de su casa en Coquimbito en dirección al Río adivinando la diminuta senda. Siempre tuvo curiosidad sobre el otro lado del Aconcagua, por lo que no dudó en cruzar el agua. Mirando el torrente se enteró de un pequeño puente. Se equilibró en el trozo de tronco que acomodado, resistía la fuerza del río, alcanzando la ribera norte del Aconcagua a los pies del Sagrado Cerro Paidahuén.
La Mistral, la Lucila, subió el pequeño cerro con ansiedad controlada, disfrutando de lo que presentía. Cerró los ojos varias veces y se dejó llevar por la brisa y el reflejo de la luna llena atravesando la carne de sus párpados.
Caminó unos pasos recitando versos que hace pocos días había compuesto“Del nicho helado en que los hombres te pusieron“. Se arrodilló luego y rezó frente a la imagen, como si un recuerdo traspasara los siglos y se posara en sus sienes mestizas, y su mano santa bordeó la figura del hombre en la piedra, buscando la vertiente del indio, que en su corazón secretamente era ya un capullo.