23 abril 2009

CHINEANDO Baile Chino Aconcagua Salmón en las calles de CHILE, reviviendo los rituales ancestrales.

“SUENEN FLAUTAS COMPAÑEROS”
L A U T A R O C O N D E L L

Cuando se recoge el sol en Aconcagua, comienza el concierto de los pájaros y sus cantos. Tal como lo vienen haciendo desde lo inmemorial, el trino infunde los últimos bronces al día, dando la señal de que algo se inicia y que al mismo tiempo, despedimos la luz.
Todos los animales que no poseen esa facultad divina del canto, disfrutan de la armonía en el trino, sincronizando sus movimientos cotidianos a partir de la música de sus emplumados vecinos. Tan dentro de ellos se encuentra este sonido, que si por alguna razón faltara cualquier tarde, el tiempo cambiaría dando un giro siniestro. Lo mismo al amanecer, si algo fallara y el trino se escondiera detrás del silencio, quizá el tiempo se detendría, como si el reloj universal perdiera una pieza central.
El humano es como un pájaro y viene trinando por los siglos. Lo hace con la poesía, el canto, la palabra, pero también y en sentido más estricto, trina cuando toma una flauta con forma de serpiente alada y además se viste de pájaro guerrero. Me refiero, claro está, al ejercicio milenario que hacen las flautas de los sempiternos Bailes Chinos, instrumentos que han tronado en nuestro valle por miles de años, llenando cada espacio con su registro fino. Y al igual que en el resto del reino animal, su trinar fija las coordenadas del tiempo santo, marcando los hitos del año ante los altares.
Se cuenta, como anécdota decidora entorno a la ritualidad también guerrera de estos instrumentos, que cuando las fuerzas del toqui Lautaro capturaron y vencieron a Valdivia, sus huesos sirvieron para construir buenas y sonoras flautas. Hoy, éstas se fabrican con madera de sauce o como más al norte, con caña, en otros tiempos fueron de piedra y hueso, alcanzando profundos y extraños efectos en su vibración y timbre, que se internan en la mente de los chinos y quienes oyen u observan la danza.
Básicamente, “el flauteo de los chinos” rememora y participa de la dualidad que se genera en la naturaleza y que se grafica y expresa en el mundo real, como el día y la noche, la muerte y la vida, el fuego y el agua, entre otras. Por esta razón, este sonido nos conecta con el origen, con aquella parte de nuestra humanidad más antigua y esencial, donde “las palabras pierden sentido” y sólo se necesita de la vibración que nace del respiro, es decir, de la vida, para que el hombre deje de ser en lo individual y recupere la forma del todo.
En antiguas décadas estos Bailes y Flautas repletaban los poblados aconcagüinos habiendo en cada uno de ellos, una cofradía representante. Se trataba de un ejercicio de dignidad popular, ya que la presencia de estos grupos correspondía a cierta buenaventura, a cierta “aristocracia devocional” que engalanaba las fiestas religiosas en las casas de los fieles, año tras año, renovando su compromiso con las divinidades mediante “velorios” en honor a los santos, la Cruz o La Virgen. Hoy esa misma fuerza se refugia aún en el valle de Putaendo, donde cada fin de semana los Cantores y Chinos reviven el ritual de los antepasados.
En la parte alta del valle del Aconcagua sobreviven un disminuido número de cofradías. En la práctica, podemos encontrar sólo siete desde Llay-Llay a Los Andes, sin contar, por supuesto a las recientes diabladas, que poseen más bien, una influencia del norte de Chile y el sur de Bolivia. Se trata de todas formas, de un alarmante deterioro en la ritualidad del valle, por lo que es una necesidad la de conservar estos trinos santos, estos flauteos que repiten el primer sonido del universo en nuestros oídos.
Es peligroso, hasta diría, olvidarlos por no conocerlos, perder el rumbo, las coordenadas, como si un día se nos borraran las estrellas y los pájaros dejaran de cantar en las mañanas, ese canto primigenio que ellos saben.

No hay comentarios: